jueves, 1 de enero de 2009

BIOGRAFIA DE GERARDO HERNANDEZ

Gerardo Hernández Nordelo nació el 4 de junio de 1965 en el seno de una familia humilde como el tercero de tres hermanos. Desde muy niño, él sólo se dedicó a estudiar y a prepararse, afirma su madre Carmen Nordelo Tejera quien recuerda la visita reciente que le hicieran dos de sus maestras de primaria para comentarle que ningún niño era como su hijo, quien mientras el resto jugaba pelota y sólo las saludaban, Gerardo venía y las ayudaba con el bolso y se lo llevaba hasta su casa”.

Desde niño tuvo afición a las caricaturas, participaba en concursos, y la gente le preguntaba a su madre cómo era posible que siendo tan serio tuviera tanto humor.

Muy querido es las escuelas que estudió por parte de sus compañeros y profesores, estos recuerdan su sentido de la responsabilidad. Salía con sus amigos, jugaba pelota, iba a la escuela al campo, y cuando terminó el bachillerato obtuvo la carrera universitaria de Relaciones Internacionales.

En la Universidad, Gerardo era un activo integrante de la Federación Estudiantil Universitaria, estaba en el grupo de teatro de la escuela, practicaba karate, editaba un boletín, hacía sus caricaturas y las publicaba en un periódico nacional de humorismo, a la vez que proseguía sus estudios superiores y era militante de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC. Al concluir la carrera como Licenciado en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, marchó a la República Popular de Angola como combatiente internacionalista.

Cuando hace 10 años murió su papá, él estaba en Cuba, pero cuando perdió a su hermana mayor en un accidente aéreo ya se encontraba fuera del país cumpliendo la misión asignada.

Está casado desde hace 16 años con Adriana Pérez Oconor , quién tiene actualmente 32 años y por las tareas de Gerardo ha aplazado varios de sus proyectos individuales como el de ser mamá y poder compartir su vida en matrimonio como una pareja normal. Su esposo, Gerardo Hernández Nordelo, permanece encarcelado en Estados Unidos, luego que un tribunal de Miami lo condenara sin pruebas que respalden la envergadura de las penas.

Adriana ha quedado sola en La Habana, mientras su compañero de la vida permanece tras las rejas de una prisión en Lompoc, California. Ella, sin embargo, ha decidido proseguir su relación de pareja porque está convencida de que él no es ningún terrorista, y si marchó alguna vez a los Estados Unidos no fue para hacer daño a nadie, sino para hacer el bien a los dos pueblos.

“No puede ser terrorista una persona que odia ese tipo de acciones, quien siempre esté rodeada de otras que le quieren, y tiene un gran número de amigos verdaderos, no levanta la voz aunque esté en desacuerdo con las ideas planteadas, se esmera para que los demás logren despejar sus penas, levanten su estado anímico y sean felices”, recuerda Adriana.

Un día, cuenta, estaba participando de una fiesta familiar en casa de Adriana y de pronto ella lo descubre conversando animadamente con una vecina que padecía de ciertos trastornos psíquicos. La mujer lo invitó a fumar un cigarro y Gerardo, sin tener ese vicio, accedió muy natural.

“Le requerí por fumar y me respondió: ¡Qué importa, tú no ves que ella necesitaba conversar”, lo cual da la medida de una forma de ser, que ha mantenido, incluso, en la cárcel, donde se ha ganado el reconocimiento de la comunidad penal y ahora le consultan problemas, situaciones, temas y hasta le llaman “el licenciado”.

En la cárcel de Miami, Gerardo conoció a un cubano que había perdido a sus familiares en ese país y estaba asfixiado –así le llaman a quienes apenas pueden mantener un equilibrio psíquico y emocional-, y por intermedio de Gerardo y de familiares de Adriana en Cuba logró recuperar el contacto con una hermana, quien ya no vivía en la isla y había emigrado hacia Estados Unidos en los últimos años.

“Finalmente el muchacho pudo comunicarse con su hermana, y después vino a donde estaba Gerardo y no tenía palabras ni gestos cómo agradecerle, e incluso le trajo regalos que él no quiso aceptar, simplemente porque era natural en él comportarse así, pero lo más triste, según me contó, es que le enseñó las marcas que tenía en sus brazos de las veces que intentó suicidarse por no tener una razón para vivir”.

“Consideraba a Gerardo como la dicha más grande en esos años y como que Dios lo había colocado en su camino para que lo ayudara. Otros presos vinieron a darle las gracias por ese gesto tan humano, y yo sé que él lo hizo porque está acostumbrado a esas cosas, es un solidario innato.

El convencimiento de Adriana de que su esposo no es ningún asesino, como se ha manipulado por alguna prensa norteamericana, está dado, dice, “no sólo porque sea su esposa y cubana, sino porque esos hombres fueron a ese país a proteger al pueblo cubano y al estadounidense, y lo hubieran hecho con cualquier otro que se sintiera amenazado”.

Precisamente, ella compartió con Gerardo los dos años de su estancia en la República Popular de Angola, a donde marchó a “cumplir un deber patriótico” nada menos que el día antes de su primer aniversario de bodas.

Para Adriana, el simple hecho de sentirse útil en la sociedad no fue sólo lo que lo llevó a aceptar el cumplimiento de la misión de recopilar información sobre planes terroristas contra Cuba, porque esa decisión guarda estrecha relación con los sentimientos de identidad con su sociedad que se tengan, las cualidades como ser humano, la experiencia personal, la preparación integral del individuo, que le dan la posibilidad de aceptar esa misión sin pensar en más nada, ni siquiera en los riesgos.

“Tanto para él como para mí hay hechos en la historia que marcaron nuestras vidas, como fue el atentado a la nave aérea de Cubana de Aviación en 1973, en que murieron las 73 personas a bordo. En su alegato él expresa que hubiera dado incluso su propia sangre para evitar la muerte de miles de cubanos por acciones terroristas a lo largo de 43 años de Revolución”.

“El siempre ha estado dispuesto a eso, lo dice en sus cartas, por teléfono, y de hecho lo hizo, porque esa es una forma de ayudar a tu país, de mantener lo que con tanto sacrificio se ha logrado en esta sociedad, a cambio de nada material porque cuando uno asume un compromiso con uno mismo.

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