domingo, 3 de enero de 2010

Esta barbarie no volverá jamás





De esta realidad habló Fidel en su histórico alegato La historia me absolverá: "El 90% de los niños del campo está devorado por parásitos que se les filtran desde la tierra por las uñas de los pies descalzos... Y cuando un padre de familia trabaja cuatro meses al año, ¿con qué puede comprar ropas y medicinas a sus hijos? Crecerán raquíticos, a los 30 años no tendrán una pieza sana en la boca, habrán oído diez millones de discursos, y morirán al final de miseria y decepción".

En las escuelas públicas, de cada 100 niños que matriculaban solo 6 llegaban al sexto grado. El 23.6% de la población mayor de 10 años era analfabeta. Alrededor de 550 000 niños de 6 a 14 años no asistían al colegio, casi la mitad del total, de acuerdo con el censo efectuado en 1953. Paradójicamente, habían más de 10 000 maestros desempleados.

Y remataba Fidel frente al tribunal que pretendía juzgarlo: "Lo inconcebible es que el 30% de nuestros campesinos no sepa firmar, y el 99% no sepa Historia de Cuba".

Uno de los problemas más graves que cargaba la Isla era el desempleo. De una población que casi llegaba a los siete millones de habitantes, la tercera parte de la económicamente activa, unas 700 000 personas, estaban desempleadas; de ella el 45% correspondía al área rural.

El censo de población realizado en 1953, aun cuando se hizo en el momento de mayor empleo cíclico (cosecha cañera), evidenció que solo el 51.5% de la población en edad activa tenía un puesto de trabajo. Los que quedaban sin empleo luego de la zafra emigraban —muchas veces con la familia— en busca de lugares más favorables donde en ocasiones trabajaban días enteros a cambio de una lata de harina con boniatos, garantía indispensable para que los suyos llegaran con vida hasta la otra zafra.

Describía Bohemia, en el año 1956, que la miseria dormía y moría en los portales, en la intemperie de los parques, sobre sábanas de periódicos viejos. Y si de tristeza y humillación se habla no puede olvidarse el barrio de Las Yaguas donde vivían decenas de miles de personas sin luz eléctrica, agua corriente, ni alcantarillado. O la vergüenza en que hombres sin alma convirtieron el hospital de dementes de Mazorra.

Fotos de la época dan cuenta del hacinamiento en pabellones inmundos donde los enfermos dormían sobre bastidores maltrechos, sin colchonetas, sábanas, ni frazadas, o tirados en el suelo, unos junto a otros para darse calor en las madrugadas heladas de Mazorra.

El hospital de dementes que encontró la Revolución tenía entonces 2 000 camas, si es que así podía llamárseles, para más de 6 500 pacientes —es decir, más de tres pacientes por cama—, la mayoría sin identificar, desnudos, con insuficiente o ningún tratamiento que no fuera el de estar encadenados en una cama para soportar las crisis, el tratamiento por coma insulínico y el electroshock.

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